Pero el Señor le replicó: «¿Qué has hecho?
¡Escucha!
La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo.
Por eso maldito seas lejos del suelo que abrió sus fauces para recibir
la sangre de tu hermano derramada por ti.
Cuando lo cultives, no te dará más su fruto,
y andarás por la tierra errante y vagabundo».
Génesis 4, 10-12
Y ahora mírate, míranos, en la imagen, oh, que ante nosotros se nos presenta: reflejo de nuestra carcasa exterior, de nuestro cuerpo manchado, de nuestras manos manchadas que tiemblan al saberse culpables de lo acontecido, de haber cometido tabú por no querer aceptar la realidad, una realidad que ya había sido profetizada, una realidad marcada por la vanidad y el egocentrismo, una egolatría que ambos abrazamos y enarbolamos como estandarte. Pero, ah no, el Hades no estaba hecho para nosotros; no pudimos aceptar ver nuestro cuerpo hinchado por los gases, por el agua, tiznándose por la putrefacción, deformándose en medio de aquel lago. Nada más podría provocar nuestra rebelión, nada más que un daño hacia nosotros mismos podría despertar nuestra ira; ni siquiera el llanto de Eco, que provocamos nosotros al rechazarla con aquellas malas maneras, desdeñándola tan despectivamente, fue capaz de conmover nuestra alma. Continuar leyendo «Rebelión de Narciso»