Acabo de leer «Radio Silencio» y guau.
A poco que me sigáis por las redes o YouTube, y sin ser ninguna excepción (porque hay muchísimos como yo por el mundo), debo admitir que me declaro fan de lo que ha conseguido Alice Oseman con Heartstopper y todo el universo relacionado, aunque el cómic surgiera, en realidad, a partir de la novela de Solitaire.
Con Heartstopper me pasó, como a la mayoría de miembros del colectivo de mi quinta, que por primera vez en mi vida veía una historia de amor entre dos jóvenes LGBTIQ+ y ya; por primera vez veía una historia sana, limpia, llena de respeto y comprensión, con problemas, por supuesto, pero cuyo objetivo no era más que uno: demostrar que la gente del colectivo puede vivir una historia de amor como cualquier heterosexual al uso. Ya comenté en su momento que eso me dividió en dos: por una parte, me reconcilió con mi adolescente interior, aquél que pensaba que jamás podría enamorarse; el que miraba todo el día al suelo porque no se atrevía a mirar a los ojos a nadie, porque lo hacían sentir como una mierda. De algún modo, esta historia me devuelve a ese momento y me susurra que todo va a salir bien y que yo estoy bien siendo quien soy, y eso es precioso y sanador. Por otro lado, leer historias tan bonitas y ver el éxito que tienen me hace tener cierta envidia al darme cuenta de todos los años y experiencias que deberían haber sido maravillosas que me han robado. Por supuesto, lo que pesa aquí es la parte positiva y cuando leo los cómics o veo la serie, vuelvo a ser ese adolescente que sólo busca sentirse normal y sentir que tiene derecho a que le quieran y a vivir una historia bonita y vivo la trama con absoluta intensidad.
Pero creo que lo que está consiguiendo Alice con todo el universo que está creando va más allá de eso. Usando una voz desprovista de artificios, simple incluso, utiliza a esos personajes adolescentes para abordar muchos temas relacionados con la salud mental, creando un espacio seguro donde poder hablar de ello con total claridad. En las obras que llevo leídas de ella, ha abordado el TCA, la depresión, las autolesiones, los pensamientos suicidas, el bullying, el maltrato, el abuso de poder, el sentirse fuera de lugar, etc.; no sólo ha hablado de ser gay o lesbiana, sino que aborda otros colectivos LGBTIQ+ como el trans o el asexual. También es capaz de mostrar que tener pareja no es la solución a todo y que, pese a que puedan compensar (o no, depende de cada uno) las partes bonitas, ninguna pareja es perfecta y hay un camino a hacer juntos. Incluso se plantea si lo que la sociedad espera de uno, independientemente de sus capacidades, es lo que debería seguirse o no y dónde queda el sentimiento de felicidad y plenitud en todo este camino.
Crear espacios seguros donde podamos mostrarnos vulnerables y hablar abiertamente de ello creo que es altamente beneficioso y, a la larga, nos fortalece. Vivimos en una sociedad donde hablar de nuestras emociones es difícil, donde encontrar empatía resulta una verdadera odisea y donde acabamos todos sucumbiendo ante la presión de la granja de hormigas e intentando anestesiar nuestras emociones para seguir un día más. Ver cómo se intenta normalizar el poder hablar de salud mental, de nuestros estados de ánimo o de nuestras emociones sin sentirnos juzgados resulta francamente liberador y sanador. Creo que cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad anhelaría, aunque sea en el fondo, tener esa libertad.
Da igual a qué edad leas estos libros: creo que es fácil resonar con ellos y que pueden hacerte plantear varias preguntas a ti mismo, que se responden con mayor o menor dificultad. Creo que por todo ese combo de emociones, de reconciliación con mi yo de la juventud, de esa creación de un lugar seguro donde ser libre para sentir como quieras y lo que quieras, Alice Oseman ha conseguido que me enganche al mundo que crea y nos propone. Y por ello, desde aquí, le agradezco que haya creado semejante maravilla.
No he revisado este texto (como sí suelo hacer). Lo he escrito de una vez tras leer «Radio Silencio», aún con las emociones frescas, y pretendo subirlo tal cual. Creo que dejar fluir los sentimientos es, aunque sea de vez en cuando, un ejercicio saludable.
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