¿Cómo salvamos al condenado?

“No tengan piedad.”

¿Cómo podríamos salvar la vida al condenado a partir de la frase anterior?

Efectivamente, con una coma: “No, tengan piedad”.

Este ejemplo sobre la importancia de los signos de puntuación no se me ha ocurrido a mí; no es algo novedoso: yo lo saqué de la serie “Merlí”, pero ya cuando era pequeño estudié un caso similar (según me contaron en la escuela, basado en hechos reales) donde un mensajero medieval salvaba su vida al alterar el escrito de su rey con una coma y evitar, de paso, entregar una declaración de guerra a una nación vecina.

Y es que el idioma es un constructo social que nos ayuda a comunicarnos correctamente; un código que debe ser conocido por todo el mundo de una manera al menos similar para entender el mensaje que se quiere transmitir. Si nos retrotraemos a la edad antigua, los oráculos de la antigua Grecia solían dar un mensaje sin signos de puntuación y escrito sin espacios entre las palabras, lo que les confería un significado hermético y místico que luego podía encajarse ocurriera lo que ocurriera. Por ejemplo, ante un mensaje así:

«TendráUnaLargaVidaNoMoriráProntoPorqueClotoSeObsesionaráConEsaMiradaEsElÚnicoHumanoQuePuedeVerla»

Podían surgir varias interpretaciones del mensaje. Una de ellas podía ser:

«Tendrá Una Larga Vida; No Morirá Pronto Porque Cloto Se Obsesionará Con Esa Mirada: Es El Único Humano Que Puede Verla»

Pero también esta otra:

«¿Tendrá Una Larga Vida? No. Morirá Pronto Porque Cloto Se Obsesionará Con Esa Mirada: Es El Único Humano Que Puede Verla»

El hecho de no compartir el mismo código da lugar a interpretaciones y malos entendidos. Para los receptores del mensaje críptico, éste podía interpretarse de manera positiva o negativa según su estado de ánimo o sus miedos y creencias más profundas; para el Oráculo resultaba fácil moldear la profecía de acuerdo con los sucesos acontecidos a posteriori.

Quizá este ejemplo parezca algo extremo, pero lo mismo ocurre (salvando las distancias) en la actualidad. Como hemos visto al principio de este artículo, una simple coma puede cambiar de manera radical el mensaje de una oración. No preocuparse de la ortografía o los signos de puntuación confiando en que la frase, de todos modos, se entenderá por el contexto, resulta arriesgado: el receptor del mensaje no tiene por qué estar compartiendo el mismo contexto en la que dicha frase se escribió y, por tanto, dejar en manos del mismo la correcta interpretación de la oración escrita resulta algo cuanto menos temerario.

Cuando escribimos un texto de la naturaleza que sea, debemos ser conscientes del código que estamos utilizando y usar debidamente las herramientas que éste nos ofrece para ser capaces de facilitar el entendimiento de lo que queremos decir al receptor del mensaje. Históricamente los signos de puntuación son, quizá, las partes que más se infravaloran en la construcción del discurso por aquellos que no sienten un especial interés en la lengua escrita, pero su correcto uso resulta vital para poder transmitir lo que queremos contar, no importa el ámbito en el que lo apliquemos.

Así que la próxima vez que queráis escribir algo, recordad que una coma puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Si el receptor no entiende lo que queríais decir y hace lo contrario a causa de su ausencia o de su presencia, no valdrá decir: “es que yo quería decir…”. No tendréis derecho a réplica.

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