Cementerios: Père-Lachaise

Me gustan mucho los cementerios, cosa que es verdaderamente extraña habida cuenta de que incluso tuve que ir al psicólogo cuando era niño porque tenía tal miedo a la muerte que no quería dormir porque dormir era morir un rato.

La verdad es que guardo para con la Muerte una extraña relación de amor-odio: no saber qué nos depara tras el final de nuestras vidas, el fin y el significado mismo del fin del tiempo de uno, la figura misma de la Muerte es algo que ejerce una suerte de poder de atracción sobre mí a la par que sigue invadiéndome un vértigo tremendo pensar que, tal vez, tras estos días que nos tocan vivir, no haya nada más al cerrar los ojos.

El caso es que, hace ya un tiempo, los cementerios me parecen unos lugares maravillosos, llenos de paz; lugares donde la reflexión, el sosiego y recogimiento nos invitan a maravillarnos ante los monumentos y obras de arte que se pueden encontrar en los cementerios más antiguos. Realmente, uno puede encontrar creaciones maravillosas entre sus muros, monumentos a la persona encarnada y a la esperanza de que, tras el fin de esta vida terrenal, la promesa de que algo -mejor- nos espera sea cierta.

Aprovechando que estoy en París, me acerqué este fin de semana al cementerio de Père-Lachaise, el cementerio más grande de París (43 hectáreas), que alberga 70.000 tumbas. Innumerables personalidades están enterradas allí, en lo que es una auténtica ciudad de muertos. Uno tiene la sensación de que está paseando en un pueblo donde habitan humanos que vivieron antaño. Es interesante el hecho de que, además de la entrada libre, existen numerosos recorridos a hacer como son: las sepulturas de las personalidades del mundo de las letras, la filosofía y la prensa o las sepulturas de las personalidades del mundo del espectáculo y la música; las sepulturas de mujeres célebres.

Resulta gracioso pensar cómo este cementerio, hoy en día tan famoso, costó tanto de poner en marcha cuando se creó y quedaba a las afueras de la ciudad. Pese a que el 21 de mayo de 1804 se abrió oficialmente para el primer entierro (una niña de cinco años), los parisinos eran realmente reticentes a ser enterrados allí debido a que no quedaba dentro de la ciudad de París. Para «animar» a la gente a que eligiera Père-Lachaise como último lugar de descanso, se ideó una gran operación de marketing: se trasladaron los restos de Molière y La Fontaine, así como los de los amantes Abelardo y Eloísa, con lo que el cementerio empezó a estar de moda y las personas más notorias del momento quisieron que ése fuera el lugar de su último descanso.

Se pueden pasar horas en Père-Lachaise y parece que nunca se acaba; desde luego, a mí la tarde se me quedó corta para ver todo lo que quería ver. Muchos autores y pintores que admiro tienen su tumba aquí, y fue un honor poder visitarles: Wilde, Balzac, La Fontaine, Proust, Delacroix, Géricault y tantos otros. Es agradable ver como la gente pasea por el cementerio, se sienta a leer y conviven con total normalidad vida y muerte en un solo recinto con el acompañamiento del graznido de los cuervos, reyes del lugar.

Me es difícil explicar en palabras lo que pasear por cementerios representa para mí; la de vidas que terminaron y se resumen en la sepultura presente ante ti, las historias por contar que aguardan en forma de piedra; el respeto a la gente que me precedió y que espera que me una a ellos algún día. La paz que se respira. El espacio de reflexión y de estar con uno mismo.

En todo caso, sea lo que sea lo que os inspiren los cementerios, Père-Lachaise es una visita obligada si venís a París. Merece totalmente la fama que tiene. Sin duda, en mi caso, tendré que volver para ver todo lo que me ha quedado por ver de esta enorme ciudad de los muertos; un gran homenaje a la Vida.

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