Se acaba 2019 y, con él, pasa ya otra década del siglo XXI y de este milenio en el que nos encontramos. Y, si cada fin de año caemos en la tentación, con el fin de tantas cosas es inevitable hacer balance. Y es curioso: la medida de tiempo que utilizamos es tan arbitraria, la división del continuo temporal resulta tan artificial y caprichosa, que resulta cuanto menos extraño esta sensación de final de ciclo que todos sentimos cada fin de año. Para la sociedad occidental, nos encontramos en 2019 d.C., para los musulmanes nos encontramos en el 1440, para el calendario hebreo, estamos en el año 5780; para los chinos estamos en 4716 y según los japoneses, en el año 31 de la era Heisei. Sin embargo, lo llamemos como lo llamemos y lo midamos como lo midamos, el Tiempo es el mismo para todos.
Sea como fuere, decía que es inevitable hacer balance. Esta década ha supuesto para mí muchos cambios y una mejora sustancial de mi vida. Me tomo el inicio de esta década como el camino a transitar inevitable que me llevó a acabarla de manera tan buena. Empecé 2010 sintiéndome perdido y desesperanzado en muchos aspectos, terriblemente triste por la pérdida de mi madre en 2007, un dolor del que probablemente jamás me recupere del todo. En 2013 perdí mi trabajo, viéndome con un alquiler que pagar y sin más ingresos que el paro. Tardé nueve meses en encontrar un nuevo empleo; nueve meses de incertidumbre y crisis de ansiedad, pero finalmente, en septiembre de 2014, encontré trabajo en la empresa donde sigo trabajando actualmente.
Pese a que empecé la mitad de la década siguiendo sintiéndome completamente perdido a nivel personal, me reencontré a nivel laboral, y fui ascendiendo durante todo este tiempo. Y, cuando ya tenía perdida toda esperanza de reencontrarme a nivel personal, tener pareja y ese largo etcétera que necesitaba para sentirme completo, a principios de 2018 conocí a mi chico.
2019 me deparó otra sorpresa: yo, que siempre había soñado con vivir en París, tuve la oportunidad de mudarme 9 meses a la ciudad de mis sueños para participar en un proyecto de mi empresa. En estos nueve meses he podido disfrutar de París, conocer muchos de sus barrios y monumentos, conocer gente interesante y amabilísima y corroborar que, efectivamente, si pudiera elegir una ciudad donde vivir sería sin duda París.
Y, como colofón del año, al regresar a España, mi chico vino a vivir conmigo, por lo que no podría acabar mejor el año.
Este año que dejamos ha sido un año muy movido, con muchísimos cambios, pero lleno de vivencias preciosas, experiencias inolvidables y personas maravillosas que compensan con creces todas las cosas menos agradables que haya podido tener.
¿Qué pedir a 2020? Poder seguir disfrutando de toda la felicidad que he empezado a tener este año que acaba y seguir acumulando buenos momentos.
Empecemos esta nueva etapa.
Espero que tengáis un muy feliz año nuevo. Nos vemos (o leemos) pronto.
Photo by Annie Spratt on Unsplash
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